22 de noviembre de 2010

Bielsa y su último mensaje…




Voy a seguir con la cosa, a pesar que disfruto muy poco con los cabeza-de-pelota.

Bielsa dejó en su partida de Chile un mensaje muy claro, directo y simple. Algo que nuestra mente de retards no nos ha permitido identificar, o al menos eso parece que ha sido lo que ha sucedido en los diarios, noticiarios de tv y otro lugares donde se le ha estado dando vuelta al tema, pero siempre desde la mirada del llanto y la perdida para el fútbol, que como dije en algún minuto, con la campaña de Bielsa en manos, sigo sin ver qué fue lo que logró en el papel más que sus predecesores. Mentalmente es otra cosa, de eso hablo.

La palabra de un hombre

Recuerdo claramente cuando niño que para mi, decir “te doy mi palabra” era más que una promesa, era un compromiso en donde mi único valor agregado, lo que salía de mi boca, estaba en juego. No es que me crea algo importante, pero realmente admiro el hecho de que a esa edad, 8-10 años, tenía súper claro el valor de la palabra. Algo que al parecer no tiene claro nadie más en este país. Bueno, sí, algunos más como yo lo tienen claro.

Cuando alguien dice “mañana te lo traigo” y al otro día no lo trae, puede excusarse en haberlo olvidado, o simplemente haber dicho una mentira. Eso sería normal. Alguien olvida, a veces uno miente.

Cuando alguien dice “te prometo que mañana te lo traigo” y al otro día no lo trae, aunque lo haya olvidado, ya no tiene excusa, lo prometió. Se comprometió prometiendo algo y no lo cumplió, puedo asumir que es una mentira (rompió la promesa) y por ende cuando esa persona vuelva a prometerme algo, tendré claro que podría no ser como dice. Eso es en el nivel de promesa. Imaginen si dice “te lo traigo mañana”. No puedo más que no esperar nada de ello.

Cuando alguien dice “te doy mi palabra que lo traigo mañana”, está invocando una imagen mucho más poderosa que la promesa. Lo que implica dar la palabra es decir que está en juego el verbo. Todo lo que salga de la boca del que ha dado la palabra. Si la palabra es todo lo que uno tiene para expresarse y emitir o ganar confianza, entonces puedo decir que alguien que da su palabra está poniendo en juego la confianza en dicha persona. En el fondo, su honor. Su honor construido en torno a la imagen y palabras que se han convertido en confianza ante esa persona. Si rompe su palabra, la consecuencia es desastrosa. Es la perdida del honor, de la confianza adquirida y ganada. Es muy difícil que alguien se rehabilite después de haber perdido su honor. De hecho, en la antigüedad, dicha perdida era irreconciliable y civilizaciones con valores más interesantes que los nuestros debían hacer penitencias espantosas para recuperarlo, e incluso, se suicidaban ante la pérdida del honor, dando el mensaje de que al suicidarse no hacían más que reconocer y sentir el error de forma clara y terminaban con el problema de inmediato, evitando a todos quienes compartían con él, tener que vivir con alguien sin palabra, no confiable, deshonrado, donde todo lo que haga “ES” deshonesto.

Ni siquiera voy a referirme al termino “te juro” pues está más allá de toda comprensión para la horda de monos que componen nuestra sociedad. Sólo baste decir que jurar es aún superior al dar la palabra.

La Lección de Bielsa

¿Qué hizo el susodicho?
Simple. Dijo que si salía ganador Segovia, él se iba.

Hace un par de días jugó su último (casi) partido e hizo sus maletas. La gente fue al estadio a despedirlo. tenían  planeado hacer un cara pálida masivo, obviamente nunca se concretó, si al final somos chilenos, cagones de primera.

Resumiendo, el mensaje es claro. Bielsa dijo que si pasaba X, entonces el actuaba Y. Se cumplió X y Bielsa hizo Y.

¿Algunos ni siquiera ahora entienden qué digo no?

Si Bielsa hubiera sido un chocopanda de los nuestros, hubiera llegado a un “arreglo” para no tener que irse, hubiera declarado en las noticias que “él se debía a su hinchada” por lo que había “aceptado feliz llegar a un acuerdo”. Que lo que había dicho acerca de su continuidad si ganaba fulano “fue malinterpretado” y que él tenía toda la “disposición de seguir”, que ahora había que “mirar adelante” y que para qué “seguirle dando vueltas a lo pasado”.

Pero no. Se fue. Nadie lo echó. Simplemente dijo “esto no me gusta, así que me voy”. Y se fue. Su palabra. Eso les dejó a todos nuestros deshonorables. La palabra es lo único que tenemos para que confíen en nosotros. Si la perdemos…

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